‘Necesidad vital; treinta años’
Del 25 de septiembre al 7 de octubre de 2012
Presentación de la muestra conmemorativa de los 30 años de trayectoria del artista Josep Serra.
Libro en venta en Setba Zona d’Art (PVP 10€)
“No soy un artista abstracto,
tan sólo me interesa expresar emociones humanas”
(Mark Rothko)
Hace ya un tiempo que los artistas entendieron la necesidad de dar título a sus exposiciones. Fue después de ver que una exposición no era tan sólo la compilación de una serie de piezas que se colocavan, más o menos ordenadamente en el espacio expositivo. Que una exposición no dejaba de ser como un capítulo de su obra total y, por lo tanto, tenía que mantener una coherencia en lo global, a la vez que ser puente de unión entre su pasado artístico y su futuro.
Pero, poner título a una exposición, bautizarla en una palabra, no es un hecho trivial y sí es siempre una apuesta difícil. Lo es puesto que la frase o palabra elegida será la que marcará la impronta y, por lo tanto, tendrá que definir de la manera más exacta todo el sentido de la muestra, aconteciendo a la vez la pista iniciática que tiene que servir para el espectador como primer punto de información de aquello que le quiere comunicar el artista.
En Josep Serra, este artista argentoní que celebra ahora con este seguido de exposiciones la nada despreciable cifra de treinta años de vida artística expositiva, lo ha tenido muy claro desde el primer momento. Para él, todo su concepto artístico, el que, como, cuando y de qué manera, se resume siempre en un sentimiento unívoco que se expresa en una verdadera necesidad vital de ser artista, y además, de serlo con esta su pintura.
Si somos curiosos y nos acercamos al diccionario veremos que necesidad es “aquello de que se no puede prescindir ”, mientras que vital corresponde a “aquello que da la vida o la mantiene”. Es justamente aquí, en este entrecruzamiento espiritual de ambos conceptos, donde se genera una ansia creativa que empezó cómo en todo el mundo, en aquellos tempranos dibujos establecidos a la manera y la metódica de la época y que tan boquiabiertos dejaban a familiares, amigos y compañeros, por su magnífica reproducción de la realidad.
Una obra pero que quedó rápidamente en el olvido en la investigación de unas nuevas formas de expresión que fueran más “sentidas” por él mismo. Entendía Josep Sierra que el arte es una comunicación de emociones, pero que a la vez era preciso que estas produjeran una cierta desazón al espectador, obligándolo a ir más allá de la apariencia.
Por aquellos días, la década de los ochenta, dominaba en el entorno de Mataró un arte esencialmente simbolista. Por un lado, Eduard Alcoy y Josep Maria Rovira Requesón habían creado la que a posteriori se denominaría “Escuela de Mataró”, con los artistas Josep Novellas, Perecoll, Palo, Pere Viada y Ricard Jordà. Una escuela de raíz simbolista, con una acentuada crítica social y política. Por el otro lado, y con el enlace común de Ricard Jordà, se estableció una corriente pareja en el entorno del realismo mágico, con una cierta raíz sudamericana, con los nombres de Gregorio Sabillón, Capozzoli, el argentoní Bernardino y otros, en la que Josep Serra encontró aquel punto preciso para poder hacer el salto evolutivo.
Su solvencia técnica le dio el fundamento preciso y su emoción interna le dio la aquiescencia intel•lectual para cultivar de manera bastante satisfactoria aquellos caminos, como queda muy patente en la pieza mostrada en esta exposición, que con su presencia no tan sólo referencia al pasado , más bien sirve de molló inicial en el definitivo andar plástico del artista.
Josep Sierra no es un artista frío, más bien el contrario. La necesidad de la sumisión estricta a la orden, por más fantástico e imaginario que este fuera, lo estrechaba en un corsé que le cortaba su circulación artística. Su arte precisaba ir más allá y sólo la rotura absoluta le podía dar las alas de libertad que su concepto artístico precisaba. Su necesidad vital, dominando ya en aquellos momentos, sirvió para traerlo a su realidad más interior, aquella en la cual trabaja desde entonces.
Quizás todo rae en el hecho que Josep Serra participa del concepto de Rothko que encabeza este escrito. El que lo importa es expresar emociones y además hacerlo con una potencia tal que rebase la siempre férrea defiende interior del espectador, remís a enfrentarse a una imagen y a una idea, bien seguro incomprensible a primer vistazo, enfrente la cual pocas ganas tiene a descifrar todo aquel entramado de ímputs que sabe se dirigen hacia él y que tiene que intentar coger y traducir.
Serra entiende perfectamente la necesidad que su pintura huya del banal. Sabe que es bien cierto el tópico que el artista no tiene que pintar el que ve y sí, en cambio, tiene que ver el que pinta, y de aquí que encuentre que la esencia de su pintura tiene que recaer en el propio acto de pintar. Un acto materializado en el gesto pictórico que, por lo tanto, acontece consecuencia del que tendríamos que considerar un puro automatismo psíquico. Un concepto parejo a aquello que fue fundamento y clave del desarrollo del que con el tiempo se ha denominado expresionismo abstracto.
Es en este campo donde Josep Sierra mejor se identifica, si es que es preciso y obligatorio, encajar y/o encajonar un artista en el redós de un isme o tendencia particular. Es así puesto que su pintura parte del mismo ideario que no es otra que el convencimiento que la fuente primordial del arte es el ser subjetivo del artista. Que es él y nadie más que él, el generador mental de aquello que después tendrá que trasladar a la obra de arte.
De aquí que su pintura responda siempre a una introspección racional, sensible o irracional, según escaigui. Una introspección que lo motiva a pintar signos, símbolos, imágenes, manchas…, dispersiones según un ritmo y una armonía que parece responder sólo a un hechizo personal que dirija su mano, cuando en realidad es fruto de una profunda reflexión estética y también ética, que lo dirige hacia unas composiciones que tienen que provocar una respuesta sensitiva al espectador. Lo tienen que fremir, neguitejar y motivar a sentirlas como propias y, por lo tanto, a sentirse como poseedor de una verdad artística.
Así, la obra de Serra se expande en la tela de una manera il•limitada y abierta. Su hacer parece tomar dos modelos diferentes pero a la vez concordantes. En la estilística de Pollock, su obra es un tejido de líneas en expansión en que el caos aparente lo domina todo. Y decimos aparente puesto que el conjunto de este caos se observa equilibrado en un reordenamiento tel•lúric que da pes a la obra y parece liberarla de las tensiones internas a que está sometida.
Pero también se evidencia la fuente de Clifford Still en este sentido de extensión de áreas cromáticas que van dominando el espacio, como si intentaran devolver a un orden más cartesiano todo el desmadre del despliegue indiscriminado de los gestos, signos y señales que conforman el trabajo del artista.
Unos elementos estos que son claves para intentar entrar en su universo particular. Tenemos así el ritmo gestual que domina por encima de todo, estableciendo espacios y equilibrios, a la vez que es generador de la fuerza central. Un gesto establecido que ahora es más predominante que nunca y que pudiendo ser cebo, acaba siendo pilar de todo.
Con él tenemos que considerar el ritmo como otro elemento fundamental. Un ritmo que va desde lentitudes emotivas en busca de sensibilidades perdidas, hasta gamberros brams que parecen exigir respuestas contundentes por parte del espectador.
Todo aliñado con una albañil voluble y variable, jugada con habilidad según la intencionalidad de cada pieza y que de un tiempo acá está ampliando el abanico de manera tan evidente como positiva, con la aparición de nuevos cromatismos desconocidos en su trayectoria, que apuntalen unos nuevos caminos para descubrir que se prevén ya de bello antuvi cómo de gran interés en la evolución del creador.
Así, para hablar de la obra de Josep Sierra bien podemos acudir, – salvo todas las distancias que en este caso son abismales- , a las palabras de Michael Leja cuando habla de las obras de Pollock definiéndolas como “… desproveídas de anclaje y de reposo, muestran señales de ansiedad, de irracionalidad e incluso, a veces, de violencia, mientras que en general el color provoca desazón …” , o a las de Robert Motherwell cuando aseguraba que “… las decisiones importantes en este proceso creativo, responden a la verdad y no a criterios estéticos. Ningún artista no acaba teniendo el estilo que se esperaba al empezar. Sólo entregándose completamente al medio pictórico es posible encontrarse un mismo y encontrar el estilo que lo defina”.
Es este camino de lucha y pasión el que domina por encima de la amplitud de obras que componen este variado conjunto expositivo que Josep Serra nos ofrece, conmemorando estos costosos treinta años de vida artística y expositiva. Treinta años en los cuales cada día, al acercarse al taller ha tenido muy claro que había que ir a la busca y captura de las sensaciones y emociones de su interior más personal y profundo, para recordarlo mediante esta exposición pública del más íntimo, como lo es una obra de arte.
Una intimidad que se nos ofrece pura, limpia, sin mistificacions. Una intimidad que irá pareja a nuestra cuando conectamos. Una intimidad como sólo puede ofrecer un creador que piensa de corazón que sólo le interesa expresar emociones humanas. Una intimidad que sólo saben expresarla los verdaderos artistas.
Y no lo duden, en Josep Serra es ud.
Pere Pascual, crítico de arte.
Mataró, verano de 2012